Tranquila. Estaba tranquila. A veces, los momentos más calmados eran los que más fervor le causaban. Respirarlos. Pocos, pero mágicos. Mágicos y efímeros. “Déjame guardarlos”, me dijo chillándome, fuerte, como si se fuera a ahogar con su estruendosa y dulce voz.
Le dije que no podía, que me pertenecían. “Son míos” le dije. “Siempre me van a pertenecer. A ver si vas entendiéndolo y dejas de luchar de una vez por todas”.
Yo la observaba, como aquel que observa una escultura en el mas prestigioso de los museos, o aquel que escucha una celestial obra maestra de algún compositor angelical, monstruoso. Era tan bella. Tan inocente. No comprendía. No sabía si iba a comprender algún día. Simplemente la miraba, ausente. Mi presencia en su mundo interior estaba perdida. Nula.
No comprendía.
En mi mundo, los momentos no se guardan. No los puedes coger, ni siquiera escoger. Tan sólo llegan, los vives. Me vives. No me puedes pedir que te de más sin desnudarte. Ni siquiera te puedo dar. Simplemente soy. Eres.
Primero aprende que no te pertenezco. Luego siénteme. Ámame. Sólo tú me perteneces a mí.
Juega conmigo, te lo pido. El único juego en el que nunca perderás, ni nunca ganarás. Simplemente serás.
Quizás algún día cuando te llegue la libertad, te des cuenta que nunca estuviste tan cerca de la felicidad, de la perdición de ser, por tener en tus manos esta página en blanco que todavía estoy esperando que se escriba.
Y cuando, los soles, las lunas, los suspiros, las sonrisas, las letras, hayan escrito tu libro, te lo devolveré, para que lo recuerdes. Y esas paginas volverán hacia mí, vacías de cualquier contenido, en blanco. Para volver a ser escritas una y otra vez más. En algún lugar. En otros tiempos. De otras manos. Deseosas. Perdidas.
Aguardaré. En la eternidad.
Sigo observándote.
Con amor,
Vida
Bàrbara Sarriera
Disfrutando la libertad del grillete del tiempo; sin él, quizá la vida sea de nuestra pertenencia.
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